Lo dejé junto a la ventana, entre el cristal y la luz. Pese a sus espinas, creí que siempre tendría el verdor de la alegría. Vinieron enero y febrero, y su brillo le arrancaron. Luego por marzo y abril, casi se consumió. Le puse agua y nueva tierra, y lo acerque más al sol. Ya era un espantajo, esférico y espinoso. El olvido es un buen velo para cubrir el dolor, se lo eché encima. Una mañana, el recuerdo sopló dejándolo descubierto, lucía en el centro una estrella coloreada que con sus tonos gritaba: florecer lleva penas, perseverancia y amor.
Arturo Luna
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