Se hendían entre los tímidos espacios de las briznas verdes. Escapaban del crepitar, de la ola flamígera que todo lo consumía y dejaba sólo la espesa cortina de una penumbra enceguecedora y una atmósfera asfixiante. Adiós familia, amores y amistades. Nada importaba ya en esta hora decisiva. Lo relevante era evitar ese abrasador aliento de muerte. No sumarse al horrendo cuadro que haría desgranarse en lágrimas a cualquier ojo testigo del campo quemándose, de los árboles siendo ceniza y el doloroso zumbido de todos los insectos. Huir a vuelo de libélula entre los pastos, irse lejos, como aullidos al viento.
Arturo Luna
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