El día en que bombardearon las nubes, llovió a cántaros en el desierto. Había una procesión de manantiales entre las peñas, las cachanillas eran estropajos humedecidos, pulpos de mil tentáculos ebrios de espuma y agua dulce. Entre tanto regocijo, los encargados del flamante Servicio de Lluvias y Chubascos pensaron en un arcoíris, para celebrar la hazaña. En su emoción, calibraron mal la máquina: salió un disparo muy potente. Esas ovejas de agua recién ordeñadas empezaron a desprenderse del cielo y caer cuajadas sobre el terreno, era una nevada gelatinosa y el desierto se hizo un plato de leche de artificio.
Arturo Luna
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