Ante el sol matinal, el rocío escapaba de las hojas hasta disolverse en penumbra. Eskcargó, con su concha adornada de estrobos por pulsión evolutiva, subía inusualmente hacia las planicies glaucas de las malvas. Sus tentáculos ahora eran transparentes iridáctilos con horrendas palpitaciones, comparables apenas con las del corazón de Zita al saber que había abandonado el refugio de su frasco por hambre: olvidó dejarle sus trocitos de tortilla.
A milímetros del centro, un picotazo arrancó una de sus mórbidas antenas. Otro lo decapitó. Uno más sació al gorrión, que se llevó el mal en el vientre, a propagar la infección.
Arturo Luna
9abril2021
#Hambre
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