Latas y envolturas delataban una posible fiesta clandestina. Afanadores retiraban banderas rojinegras.
Sonrió con malicia. Entró al recinto recién abierto. La tuvo de frente.
Sus ojos negros no eran del todo perfectos, ciertas lineas rojas descubrían excesos o defectos, acaso furores nocturnos escasamente reprimidos.
Nada importó. Ya era suya.
La llevó a su alcoba de raídas cortinas. La instaló ahí, aquel cuerpo, aquellos ojos se iluminaron.
Giró la cabeza tres veces.
Un bip repetido amenazó el idilio programado
La ilusión convirtióse en ansiedad.
Esos ojos azabache, eran una serpentina enlongándose eternamente.
-Los informáticos no tienen palabra, por eso los corren.
Arturo Luna
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