Con lo pesado de los pensamientos, se arrastra hasta el desdén más viejo, se oxida la vida, el latir es más lento y trabajoso. Al borde del llanto, dejamos fluir los ríos de cansancio a cambio de una paga, misma que no llega día con día, sino con la pausa lenta de la economía. En ese silencio nos vamos haciendo polvo con cada paso, cada jornada laboral que nos desnuda, nos deja hambrientos y tristes. Al final, respiramos el hastío con el vicio que nos impone quien nos encadena a la fatiga, el encierro deshumano, ciego y mortal llamado ocio.
Francisco Luna
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