Cuando te vi, la vorágine ruidosa de la multitud me impedía cualquier comunicación. La peligrosidad del ambiente me urgía a sacarte pronto.
Tu rostro revelaba una calma ingenua. El desastre siempre antepone su velo hipócrita de tranquilidad.
No supe cuándo recibí el disparo, una penumbra se alzó entre mi torpe avance y tú. Luego, la falla electrónica, la explosión.
No pude hallarte al recuperarme.
Tu bala en mi carcasa desvaneció mi sospecha: el blanco era yo, y tú eras más que un señuelo.
Los cuerpos ardían alrededor. Una nube negra formaba un eclipse.
“Nuestros” días felices eran ceniza al viento.
Wulfrano
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