sábado, 11 de enero de 2014

Tarde en la línea 3 [1]

La tarde es pesadumbre,
gente que duerme,
tubos brillantes,
gente que muerde,
asientos verdes,
piso deshecho.

Uno voltea y por todos lados... gente
un ramillete de manos, de ojos, de dientes.

Rosario de presuntos corazones,
óseos, inertes,
sangre color de vagón,
mobiliario de carne,
con blusa y tacón,
zapatos deportivos, zapatos reventados,
chanclas relucientes, botas calcáreas,
huaraches de sintética obsesión.

Manos morenas, rojizas,
blancas, pequeñas, amplias,
requemadas, tersas, arrugadas,
callosas constancias de trabajo,
anillados dedos largos,
pulseradas muñecas,
de ulcerada ilusión,
uñas largas, teñidas, relucientes,
vinílicas, poliméricas,
aladas mariposas de plástico aleteo.

Piernas cruzadas... sueño.

Una acordeón suave
irrumpe con su rojizo rostro ya viejo,
melódico canto,
armonía incansable, cambia notas por monedas,
monédico canto.

Su ejecutante, joven cadete,
en un vaivén que adormece,
firme su instrumento tuerce.

Todos somos piedras, paredes,
camaleones acorazados, serpientes,
una fauna que mirándose
se anula, se pierde,
el silbido alegre
mimetiza el cansancio,
el dolor.

Apenas un escote
desentume al de enfrente,
un ceñido pantalón
a las rocas estremece,
y su incómoda dueña,
se abre paso, lentamente,
mientras la primavera
en la piel le florece.

Un rostro de perfección deslumbrante
imanta miradas, deseos, pensamientos
que inundan el vagón,
tornan su naranja en verde
esperanza...
de tenerle,
de volver a verle.

Jóvenes gallardos roban miradas
de pupilas suaves, adornadas,
rodeadas de sombras polícromas,
pestañas espesas, sonrientes,
curiosidades fugaces de disimulada admiración.

Envuelve la tarde un calor que adormece.

Un libro se abre, letras borrosas,
incierto mensaje,
una estación adelante
vuelve a cerrarse.

Lectura imposible, calor abrumador, tarde que anochece.

El traje obscuro con corbata clara,
serpiente disecada,
se roza con la mezclilla
íntimamente insolente,
el peinado estricto con los picos estridentes,
el perfume reglamentario,
con humores malolientes.

Anillos, dijes, pendientes,
collares de tristeza hiriente,
esclavas de oro, esclavas de plata,
esclavas de alpaca, y esclavas de casa,
de oficina o taller,
todo se mezcla y se acomoda entre la gente.

La tarde se pierde,
entre túneles,
la estación aparece,
hacen dúo la ironía y el tedio,
se termina el viaje
y el almácigo de gente,
entre las escaleras
alega nuevos desaciertos.



No hay comentarios: